Belerofonde era nieto de Sísifo, rey de Corinto.
Se vio obligado a expatriarse por haber matado en legal desafío a un noble llamado Béleros - De donde se deriva precisamente el nombre de Belerofonte-.
Refugiado en Tirinto, en la corte del rey Pretos, éste, que también se sintió agraviado en cierta ocasión por el héroe, no queriendo matarle, porque los huéspedes eran sagrados, decidió enviarle a realizar una hazaña peligrosa, para que le compensase de la ofensa que le había inflijido.
Con esta finalidad lo remitió a Iobates, rey de Licia, con el encargo secreto de que le quitase de en medio.
Iobates se comportó con el joven como Euristeo con Hércules, encargándole rudos trabajos.
El primero consistió en enviarle a luchar contra la Quimera, monstruo que tenía cabeza de león, cola de dragón y cuerpo de cabra, y que arrojaba llamaradas por la boca.
El héroe mató al mosntruo con ayuda de Atena, quien le dio el caballo alado Pegaso.
Vencedor de esta primera prueba, fue enviada después a pelear contra los solimos, belicoso pueblo de Licia, y posteriormente contra las amazonas.
En esta leyenda puede verse una variante de las de Hércules y Perseo.
Sintieron los antiguos griegos, pueblo ingenioso, práctico y un poco racionalista, un instinto, una necesidad de volar.
De ello habla elocuentemente el mito de Ícaro, hijo de Dédalo, el célebre arquitecto que construyo el laberinto de Creta, quien fabricó también para su hijo unas alas artificiales con las que éste se elevó hacia el sol.
Pero las alas estaban pegadas con cera y el calor solar hizo que se soltaran del cuerpo de Ícaro quien, cayendo fulminantemente a tierra, se mató.
La misma preocupación voladora se encuentra presente en las hazañas de Belerofonte, con su caballo Pegaso, gracias al cual vencía siempre en los combates, porque ningún ejército podía resistir la ventaja que le llevaba el jinete aéreo.
No olvidemos que Perseo llevaba tambie´n unas sandalias voladoras cuando salió triunfante de su encuentro con las Gorgonas.
La vejez del héroe fue amargada por la envidia de los dioses, quienes habían contraído matrimonio con sus hijas.
Cierto día que Belerofonte, confiando en las fuerzas de Pegaso, quiso escalar al Olimpo, fue derribado de su montura.
Su cuerpo quedó hecho pedazos y el corcel alado pasó a formar parte de una constelación que todavía lleva su nombre, convirtiéndose en estrella.