| "Lo que el pecado os dejó"
Una lluvia de lágrimas recorría el rostro de la silueta sin voz. En la hora que nunca debió de existir, la promesa fue rota, y los despojos de corazón se despidieron de la sonrisa que el Sueño siempre quiso dibujar. Mirando el cielo que se perdía frente a sus ojos, profirió un quejido ahogado, tanto que la garganta quedó desnuda y desde entonces se silenció hasta el día de su muerte, que fue entonces. La desesperación en su pecho libró una batalla que perdió. Mirando con desprecio todo lo que le podía ayudar, el maldito hereje de preciosos besos inocentes, suplicó una oportunidad, sabedor como era que la infinita bondad de las más delicadas manos que jamás acariciaron rostro alguno, no sabrían señalar el “no” por respuesta. Una y mil veces juró, mil y una veces incumplió. “Ni una más, te lo juro”; así fue, la vida se olvidó de besar aquel corazón una fría mañana. Antes de morir, dejó en un papel ensangrentado unas letras escritas con toda la desesperación propia de quien sabe que el Averno no espera jamás. Los 32 vientos del norte soplaron con tierna melancolía, y con ellos la carta voló varios cielos hasta dar a parar a manos de un ciego que leyó con el corazón en un puño. Así decía, más o menos, lo que un loco dejó apuñalado en un papel olvidado de besos y caricias: “Perdón, mujer de la Luna Oscura, a vos os he fallado en esta velada. Mi falta es grave, pues he pecado contra mi primer mandamiento: el haceros feliz. Si mi presencia os duele, juro por Dios que desapareceré de este mundo, y a brazos del infierno me lanzaré, pues no es menos el tormento que merezco por lo cometido. Maldito soy desde el mismo día en que vi por primera vez la luz del sol, nunca supe apreciar la importancia de un silencio entre enamorados, la gracia de una mirada cómplice, nunca tuve eso que llaman confianza... jamás fui libre, siempre fui esclavo de mis miedos y traiciones. Os fuisteis sin decir nada; ya lo habíais dicho todo. No solo nuestra Luna mengua, también lo hace mi Alma, que se escapa con prisas de mí, pues no aguanta un latido más, si sabe que en vuestro corazón ya nunca más morará. He sido pendenciero en mis palabras, innoble en mis actos, vil ante vuestro noble porte; me mostrásteis vuestro orgullo y yo os regalé desprecio. Confesé solo los pecados que cometí, mas no los que tenía por realizar. Tales fechorías quedarán grabadas hasta que mi amanecer no llegue, que será ahora. Suplicaré un día más de vida, pues llevo eternidades pidiendo tal cosa, mas sé que agora, en el momento de las ánimas negras, tal deseo me será esquivo. Este puñal que siempre he llevado escondido en mi pecho será en final de mis puñaladas a vuestro dolor; no lloréis por mí, sed feliz, sed la Luz más radiante que haya existido jamás y que el Cielo os envidie como yo envidio las blancas sábanas que envuelven vuestro sublime cuerpo desnudo. Será una muerte dulce, mucho más que mi vida, pues sabré, cuando el frío acero se hunda en mis pútridas entrañas, que con mi muerte, por fin, lograré hacer feliz vuestra Vida. Os he amado, aunque no como vos a mí, moraré en vuestros sueños; desconfiad, allí nunca me veréis. Orgulloso de haber sido enamorado de vos, se despide por y para SIEMPRE:...”.
El ciego derramó una lágrima y de sus manos la hoja escapó, yendo a parar en veloz vuelo hacia algún lugar más allá del río de los Sueños Rotos. Jamás nadie leyó aquellas palabras. Jamás nadie leyó estas otras, escritas en algún lugar por un hombre sin pasado: “Luna Oscura, piel de marfil, azote de mis tormentos, plegaria de mis sueños, canto de mi alegría, proeza de mis anhelos, vida de mi vida, sirena del desierto: ahora que mi infinito no eres tú, con calma os escribo esta carta que solo el viento leerá. Yo soy lo que el pecado os dejó, sin más. Nunca seré el que fui, SIEMPRE seré quien soy, el honor de mi sudor se regocijará con mis victorias borrachas de gloria, mis derrotas solo serán anticipo de las de mis enemigos, mis llantos serán de alegría ante los llantos de pena de quien ose negar mi sueño, pues de deciros he, que tengo un Sueño. Ayer morí, agora soy inmortal. Jamás nos separarán, encontraré el medio de poder salir de aquí. Por un tiempo os abandono, pero regresaré, y conmigo, la legión de besos que os prometí, merced al encanto de vuestros tímidos ojitos. Mi linaje comenzará el día de nuestro próximo encuentro; y recordad: HE ESPERADO UNA ETERNIDAD PARA CONOCERTE; NUNCA NOS SEPARARÁN”.
“Guerrero Muerto”
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